Dentro del campo de las energías renovables, uno de los principales problemas es cómo almacenar y transportar la energía solar. Muchos de los estudios científicos realizados en los últimos años han estado dirigidos a solventar este problema. Desde comienzos de 2015, esta barrera comienza a verse menos lejana; gracias al trabajo de un grupo de investigación de Harvard, que ha conseguido transformar la energía solar en combustible líquido mediante el trabajo de una bacteria modificada genéticamente.
El químico estadounidense Daniel Nocera es el principal cerebro de este equipo, que ha dado un paso de gigante a favor del medio ambiente al lograr almacenar con éxito la energía proveniente de paneles solares. A partir de la energía solar, se ha obtenido hidrógeno de agua. Es aquí cuando entra en escena la bacteria modificada genéticamente para, a partir del hidrógeno, transformar el dióxido de carbono en isopropanol, un tipo de alcohol combustible que contiene la esencia de la energía solar y resulta fácilmente almacenable y transportable. Así, en formato líquido, la electricidad producida por células fotovoltaicas puede ser almacenada de manera eficiente.
El de Nocera no es el primer experimento dirigido a conseguir tales logros. Otros lo han intentado antes, pero el alto coste de los metales preciosos que precisaban para acelerar las reacciones químicas de la bacteria hacía inviable cualquier propósito. El éxito del presente proyecto reside, en parte, en que dichas reacciones se han logrado mediante metales corrientes; como el cobalto, mucho más comunes y, por lo tanto, más baratos.
Las posibles aplicaciones medioambientales resultantes de esta investigación son incuestionables, pero, de momento, ninguna empresa parece haberse interesado en ello. Como bien señala Nocera: “todavía no vamos a utilizar este sistema en nuestros coches. De momento, es solo un descubrimiento científico”. En otras palabras, el almacenaje de energía solar está cada vez más cerca, pero todavía hay que mejorarlo hasta términos comerciales.