El Foro Económico Mundial ha publicado, un año más, el llamado Informe Mundial de Riesgos, un estudio desarrollado por expertos que evalúan una serie de riesgos potenciales globales, en función de dos variables: la probabilidad de que se produzcan en un plazo de diez años y su impacto global.
El Informe Mundial de Riesgos de 2016, el Foro de Davos, como también es conocido, ha situado el “fracaso en la mitigación y adaptación al cambio climático” como primer impacto de la lista. Es decir, ahora mismo, el cambio climático se sitúa como el riesgo global más dañino.
Una posición que concuerda con encuestas de opinión popular o, en los ámbitos académico y político, las conclusiones del 5º Informe del IPCC de la ONU. Esta impresión se hizo especialmente palpable con la Cumbre de París 2015, en la que François Hollande, presidente de la República Francesa, declaró que “no se puede elegir entre combatir el terrorismo y luchar contra el cambio climático”.
En efecto, por primera vez, el fallo en esta lucha se sitúa como principal riesgo, por delante de las armas de destrucción masiva, la crisis hídrica o las grandes migraciones. Por otro lado, en la lista de probabilidades, está por debajo de las migraciones y los fenómenos atmosféricos extremos. Pero, aunque estén clasificados en términos individuales, los riesgos están firmemente entrelazados entre sí y sitúan al cambio climático como un importante eje perturbador de todo el sistema, capaz de alterar al resto de riesgos, directa o indirectamente.
Ante esta situación, las energías renovables se muestran más necesarias que nunca, tanto como puntos de generación masivos (instalaciones como la central solar y geotérmica, las plantas solares, los campos de molinos, etc.) como en su aspecto difuso y distribuido en la producción local (energía fotovoltaica doméstica, microgeneradores eólicos…). La oportunidad de cambiar la tendencia está en manos de todos y la apuesta debe ser firme.