Aunque existe un amplio rango de energías renovables, pocas son conocidas por el gran público. Las principales son la energía fotovoltaica y la eólica, famosas por estar ligadas a vistosas infraestructuras, como son las plantas solares y los parques eólicos. Sin embargo, hay otras fuentes de energía renovable que, a priori, no son tan conocidas ni tan espectaculares como una central solar. Es el caso de la biomasa, una palabra que, si bien es posible que a muchos les suene, muy pocos podrían explicar en qué consiste exactamente.
El concepto de biomasa es tan sencillo como indica su etimología: es la materia orgánica, de origen animal o vegetal, mediante la que se consigue energía. Es uno de los procesos más básicos de la naturaleza, ya que, por ejemplo, un hecho tan cotidiano como la alimentación consiste en la obtención de energía mediante la ingesta de biomasa. El estiércol que se usa para abonar la tierra y la leña utilizada para encender una hoguera son también ejemplos de biomasa.
La novedad es que los avances en ingeniería han provocado un gran salto cualitativo que permite generar energía limpia, abundante y, además, competitiva en el mercado. Un ejemplo sería el biodiésel, llamado a sustituir al gasóleo como combustible en los automóviles, puesto que produce un menor desgaste en el motor y es menos contaminante que el combustible fósil.
Además, también se puede utilizar la biomasa para la obtención de energía térmica mediante procesos químicos, la cual se puede aplicar a instalaciones industriales y edificios públicos o de viviendas que cuenten con servicios de calefacción centralizados.
En cualquier caso, esta energía podría ser transformada en energía eléctrica o mecánica, en función de las necesidades, por lo que se trata de una fuente con un potencial considerable, que, sin duda alguna, tendrá un papel protagonista en las próximas décadas.