En los últimos años se están repitiendo, con frecuencia, imágenes de megaciudades chinas cubiertas por un manto de contaminación tan peligrosa para el medio ambiente como para la salud de sus habitantes. El Gobierno chino, lejos de resignarse, parece dispuesto a combatir el problema a gran escala, apostando por las energías renovables y, sobre todo, por reducir el consumo de combustibles fósiles en el sector del transporte.
Tras una serie de importantes planes de ayuda económica para la compra de vehículos eléctricos privados, la Administración de Pekín apuesta ahora por el transporte público. El desarrollo de este proyecto se ha dejado en manos de BYD Auto, un fabricante de vehículos chino que destaca mundialmente por su tecnología de baterías eléctricas.
Recién estrenado el año 2016, BYD Auto ha presentado una impresionante flota de 1.300 autobuses y 700 taxis eléctricos para la ciudad de Shénzhen. Esta sorprendente flota se enmarca en un plan gubernamental, que prevé la compra de 200.000 autobuses y 100.000 taxis eléctricos en los próximos 5 años, con el que China se prepara para dar el gran salto a la movilidad eléctrica. En 2015, circulaban por China más de 100.000 autobuses eléctricos (un 20 % del total) y se estima que, para el intervalo 2020-2025, toda la flota de autobuses del país sea eléctrica.
Un proyecto ambicioso que está llevando al gigante asiático, de tener una presencia meramente testimonial en el mercado de los eléctricos en el año 2000, a prácticamente liderar el panorama mundial. Quince años de ascenso exponencial.
La radical reducción de emisiones de gases de efecto invernadero, sulfurados y cenizas aclarará la atmósfera de las ciudades derivando la producción energética de los vehículos a las centrales eléctricas. El siguiente paso sería que esa energía también sea sostenible, como la energía fotovoltaica de plantas solares o la termosolar de una central solar.