El auge de las plantas solares productores de energía fotovoltaica ha provocado que grandes extensiones de terreno se adecúen a la explotación de esta fuente de energía renovable y sostenible. La central solar, que es reconocible por cualquier persona y supone un indiscutible avance de la ingeniería energética, debe su origen a un experimento fruto de las investigaciones acometidas en 1839 por el físico francés Alexandre Edmon Becquerel.
Becquerel observó que al exponer una pila electrolítica a la luz, tras sumergirla en una sustancia de las mismas propiedades, generaba más electricidad; descubría de esta forma el «efecto fotovoltaico» consistente en convertir la luz solar en energía eléctrica.
A partir de este descubrimiento, durante todo el siglo XIX y hasta nuestros días, la evolución ha sido imparable y se han ido sucediendo importantes avances en el campo de la energía solar fotovoltaica.
En el año 1876 entró en juego el selenio gracias al profesor inglés William Grylls Adams quien descubrió la electricidad fotoeléctrica al observar cómo dicho elemento semiconductor reaccionaba al ser expuesto a la luz generando un flujo eléctrico.
Tras aquellos experimentos iniciales no fue hasta 1883 cuando se construyó el primer panel solar de la historia. Este invento se atribuye al norteamericano Charles Fritts quien tuvo la idea de extender selenio sobre un soporte metálico y recubrirlo de una capa de oro, de forma que fuera transparente a la luz.
Aunque en aquellos momentos la eficiencia fue baja (1-2%) se había alcanzado un hito en el ámbito de la energía solar: la creación del primer módulo fotoeléctrico. En 1946 Russell Ohl patentó la célula solar moderna y en 1954 los Laboratorios Bell desarrollaron y comercializaron las primeras células solares de silicio.
A partir de entonces comenzaron las primeras aplicaciones de las células solares, instaladas en satélites espaciales. Estos fueron los primeros usos de una energía que podría ser clave en el futuro.