Poco a poco, las energías renovables van ganando terreno. En 2014, su uso superó al del carbón o de la nuclear. Incluso, en el mes de noviembre, la utilización de energía fotovoltaica procedente de plantas solares, junto a la originada en instalaciones hidroeléctricas, biomasa o parques eólicos, superó a la nuclear y al carbón: 41,9 % de energía renovable contra un 21,9 % procedente del carbón o el 25,6 % de la energía nuclear, según los datos de Red Eléctrica.
Lógicamente, toda producción de energía tiene un coste, ya proceda de una central solar, de una nuclear o del carbón. Pero, además de los costes que se pagan en la factura eléctrica, están los daños que afectan a la salud de los ciudadanos y al medio ambiente. Por ejemplo, el carbón es la fuente de energía más contaminante y los expertos hablan de un coste de unos 9 céntimos en daños a la salud y al medio ambiente por kilovatio/hora producido.
Comparado con esos 9 céntimos, el céntimo por kilovatio/hora del coste ambiental de la energía solar no es prácticamente nada. Además, ese coste procede, en gran parte, de la producción de los paneles solares, que necesitan electricidad durante el proceso de fabricación. Una consecuencia de los avances de las renovables ha sido que, en la España peninsular, han servido para paliar los niveles de emisiones del carbón (las islas se contabilizan aparte).
Las energías renovables son más baratas de producir, así que, con la misma inversión, se producirán más renovables que energía nuclear o procedente del carbón. Las plantas fotovoltaicas de última generación instaladas en el centro de Europa (por ejemplo, en los tejados de las casas alemanas) tienen un precio de 18 céntimos por kilowatio/hora; mientras que, en los países del sur, este precio no pasa de 10 céntimos.
En definitiva, cifras para plantearse la revisión de los modelos energéticos predominantes.