La implementación de medidas sostenibles no sólo en lo concerniente al medio ambiente, sino también en lo económico y social, no necesariamente es algo caro.
De hecho, repercute, de forma positiva, en la cuenta final. La preservación medioambiental no es un freno al progreso de la región, sino un motor de su crecimiento. ¿De qué otra forma pueden verse el desarrollo de la energía fotovoltaica o la instalación de plantas solares?
Debe quedar claro que el concepto de sostenibilidad, a veces, es mal entendido. Suele pensarse sólo en su vertiente medioambiental, cuando también se incluyen la economía y justicia social. En su carácter social, es importante buscar un crecimiento equilibrado, en toda la sociedad: la sostenibilidad sirve también para reducir los desequilibrios sociales.
El objetivo es, por tanto, mantener el estándar de vida del siglo XX, pero llegar al XXII sin disminuir la calidad ni los recursos.
Existe una serie de medidas o procedimientos que contribuyen a mejorar la eficacia de las operaciones empresariales, mejoran su balance de resultados y disminuyen el impacto medioambiental. Por tanto, la clave de la sostenibilidad pasa por la eficiencia, no por el encarecimiento.
Las prácticas sostenibles permiten una mayor producción, con el mismo ritmo de crecimiento, pero con el añadido de que se insertan mejor en una economía moderna.
Entre esas medidas, algunas tienen un coste reducido o, incluso, nulo, como aplicar un procedimiento eficiente para las reservas de los hoteles, de tal manera que la inercia térmica del edificio impacte menos en la iluminación y climatización. Otras son complejas y necesitan una mayor inversión, como las técnicas de depuración de aguas. En algún punto, entre esos dos extremos, se sitúa la mayoría, como la instalación de paneles solares en los edificios.
La sostenibilidad ha dejado de ser una estrategia de marketing para convertirse en un modelo insertable en la evolución del ecosistema urbano.