Incluso estando todavía en los albores de la llamada, según The Economist, «tercera revolución industrial», la cantidad de ideas derivadas de la impresión 3D está teniendo un desarrollo exponencial que se aleja del ingenuo cliché de “imprimo juguetes en casa”. Se está formando un abanico de opciones que abarca a todos y cada uno de los sectores de producción y consumo, y el de la energía no podría ser menos revolucionario.
Concretamente, las nuevas formas de aprovechamiento de la energía fotovoltaica pueden traer grandes cambios. No se trata de pensar en la fabricación de una central solar clásica, sino en un nuevo mundo que aprovecha lo mejor de la economía de escala, materiales innovadores, y la opción de producción localizada y “bajo demanda” que trae la impresora 3D.
Por ejemplo, usando como “tinta” diferentes formas de plata, cobre, galio, indio y selenio se podría aumentar la eficiencia hasta un 20% con la fabricación de células ligeras, más precisas y menos complejas. La precisión de la impresión 3D permitiría reducir hasta un 50% los costes por ineficiencia de las formas de silicio y las polisiliconas.
Esto acerca el aprovechamiento de la energía solar a las comunidades más pobres del planeta, 1.300 millones de personas que no tienen acceso a la electricidad, sin necesidad de invertir en grandes obras de ingeniería. Una aldea aislada podría fabricar su propia fuente de energía.
Los nuevos materiales permiten la fabricación de células solares flexibles, muy finas, imprimibles en todo tipo de soportes y evitando las pesadas y caras estructuras de vidrio. Así, tejidos, papel o superficies de plástico podrían convertirse en auténticas plantas solares. Ropa, toldos, persianas, paredes, vehículos, aparatos electrónicos… son utensilios cotidianos creados parcial o totalmente con impresoras 3D que fabricarán su propia energía, e incluso podrían verter su excedente a una red.