Domótica e inmótica son conceptos con los que el conjunto de la sociedad se está familiarizando rápidamente, puesto que la aplicación de los últimos avances en ingeniería y nuevas tecnologías a los edificios de nueva construcción, además del creciente uso de energía fotovoltaica, es un hecho cada vez más habitual que presumiblemente se habrá generalizado en pocas décadas.
Aunque tanto la domótica como la inmótica se refieren al proceso de automatización de edificios, existe un matiz muy importante que los distingue y que conviene tener claro para que no dé lugar a malentendidos innecesarios.
La domótica está orientada principalmente a la automatización de la vivienda, lo que incluye procesos tales como calefacción, regulación de persianas, automatización del encendido y apagado de la luz, integración del videoportero con un smartphone o televisor, sistemas de seguridad y cualquier otra característica orientada a mejorar el confort del residente.
La inmótica, aunque gestiona procesos similares, se aplica a edificios terciarios, tales como hoteles, polideportivos, inmuebles corporativos, hospitales, universidades, etcétera. Por la diversidad de los edificios no residenciales, la inmótica es más compleja y costosa que la domótica, aunque en última instancia tendrá como resultado que el usuario pueda controlar todos los procesos del edificio desde un terminal.
Una de las principales ventajas de estos sistemas es la eficiencia energética, algo importante si se tiene en cuenta la fluctuación de los precios. En ese sentido, cada vez es más frecuente ver edificios que además optan por la energía fotovoltaica para optimizar su consumo de energía.
Esto tiene importantes ventajas, ya que la instalación de paneles similares a los que existen en plantas solares proporciona energía renovable sin necesidad de recurrir a una central solar. Teniendo en cuenta que este consumo también es gestionable desde el sistema del inmueble, se trata de una opción muy plausible para reducir costes energéticos.