La creciente preocupación por los problemas medioambientales de las últimas décadas ha hecho aumentar el interés por las energías renovables, las que no dependen de combustibles fósiles u otras fuentes de energía que puedan acabarse tarde o temprano. La energía fotovoltaica de origen solar es aquella que se obtiene por la transformación de la radiación solar en electricidad, mediante una serie de paneles (también llamados plantas solares) que cada vez son más comunes en el paisaje. Existe la instalación de paneles en una vivienda o grandes instalaciones en una instalación industrial, en este caso sería una central solar.
Los avances científicos en el campo de la ingeniería hacen que cada vez se pueda disponer de paneles mucho más eficientes, convirtiéndose así en una buena alternativa a los combustibles fósiles. El beneficio más importante que aportan al cuidado del medio ambiente es la reducción en el consumo de combustibles fósiles basados en el petróleo o el gas. Aparte de que son fuentes de energía que tarde o temprano se agotarán, su obtención y uso provoca la emisión de gases a la atmósfera causantes del efecto invernadero y el consecuente cambio climático. El uso de energía solar provoca un daño mínimo sobre el medio ambiente (como mucho, en el proceso de fabricación de los paneles o un cierto impacto visual) pero es infinitamente inferior al del uso de combustibles fósiles. Por ello, a las energías renovables también se las conoce como energía verde.
Actualmente, una parte importante de la electricidad que se consume proviene del uso de combustibles fósiles, plantas hidroeléctricas o centrales nucleares. El paso al consumo de energías verdes no siempre es lo fácil ni lo rápido que debería. Pero no hay que olvidar que la sociedad es una gran consumidora de electricidad y, por lo tanto, debemos hacer un uso responsable de esta forma de energía, independientemente de su origen.