Según la OMS, los niveles de emisión de gases nocivos, unidos al creciente estancamiento atmosférico, han convertido la contaminación del aire en las ciudades en el mayor riesgo para la salud de todo el planeta; y la generación de electricidad es una de las industrias más contaminantes. De ahí que plantas solares, energía fotovoltaica o central solar sean términos indisolublemente ligados a la ingeniería moderna. Del desarrollo de estas tecnologías depende en buena parte el futuro del medio ambiente.
Si la emisión de gases contaminantes ya es de por sí grave, la escasa circulación de corrientes de aire que viene experimentando el planeta agrava el problema y favorece que se acumulen el polvo, el ozono y el hollín en las capas bajas de la atmósfera. A esto contribuyen los métodos tradicionales de generación de energía con dos tercios de las emisiones totales de dióxido de azufre, principal generador de las partículas de hollín. Se trata de un problema poco conocido pero que está detrás de casi 50.000 muertes al año en los Estados Unidos (según datos de la OMS, en 2012 las enfermedades respiratorias y cardiovasculares asociadas a la polución causaron, en total, 3,7 millones de muertes prematuras).
Uno de los principales retos para la sociedad del futuro es revertir esta situación a través del uso de la energía verde. Para que los riesgos para la salud no sigan aumentando, es necesario sustituir esos viejos métodos de generación de energía, contaminantes y finitos, por sistemas basados en energías renovables, cuyos efectos nocivos para la atmósfera son nulos y cuya producción es inagotable. Por ejemplo, la luz solar. Hoy en día, ya es posible construir edificios pensados para su aprovechamiento, capaces de generar energía fotovoltaica de una manera respetuosa con el medio ambiente y a menor coste, tanto para el bolsillo del consumidor como para la salud del planeta.